Por Andrés García
La cultura, particularmente en occidente, privilegia el estado de la juventud. Pareciera que por el solo hecho de ser joven, el mundo se encontrara a los pies de quienes poseen dicha condición cuando, si lo pensamos detenidamente, es mucho más el estudio y trabajo que se les avecina para encontrar su lugar en el mundo. Es más extenso el listado de expectativas que el de realizaciones.
Un vasto horizonte por identificar el proyecto de vida que resuene con el de la propia esencia se abre, para entonces invertir en ello, prepararse, alcanzar horas de vuelo, conocer personas y alejarse de otras, sin olvidar las muchas semanas pendientes por cotizar para lograr una pensión, además de ganancias y pérdidas, amores y penas a la vuelta de la esquina; en otras palabras, un camino por construir teniendo a la inexperiencia por compañera de viaje. No suena para nada alentador; sin embargo, dicen algunos: “Que rico ser joven”.
Distinto a como ocurre en oriente, donde se valora y reconoce en las personas mayores la sabiduría que el paso del tiempo proporciona, hecho reflejado en la gran celebración de la que son objeto aquellos (as)que cumplen 60 años de edad, en nuestra sociedad sucede todo lo contrario.
En países como Colombia es un gran acontecimiento cumplir 18 años – ya que supone alcanzar la mayoría de edad – cuando, en realidad, pocas veces se sabe qué se quiere, para dónde va o dónde se está parado. El gran común de las personas se quitan años. Preguntarle la edad a alguien es signo de mala educación, en especial si se le formula a una dama por considerarse que asociar una vida a un número de años es algo mal visto. ¡Hacerse mayor, en nuestra cultura, es una mierda! No podría estar más en desacuerdo.
En lo personal, mis años de juventud fueron los más complejos de vivir. Quizá mi alma vieja me llevaba a cuestionarme el sin sentido de mucho del actuar de mi generación, el mismo comportamiento que por años adopté a fin de encajar, creyendo entonces que era el rol que debía desempeñar “por el hecho de ser joven”, de estar a la moda, de “vivir la vida”. Para mí ser joven fue muy desgastante. Para conseguir mi primer empleo jugó en contra mi juventud. Pero quizá lo que más me perjudicó fue la completa ausencia de fe en mi mismo, en mis capacidades, en mishabilidades, por la inmadurez que vestida de lozanía se embarnece por el ego que la inexperiencia humana alimenta.
Mi concepto de la estética humana varió. Apreciar la naturaleza, ser independiente, leer un libro, aprender a escuchar, compartir, expresar mi punto de vista, dar gracias, ser yo, llenó de vitalidad mi existencia. En días pasados me detuve en un establecimiento a tomarme un batido de frutas para iniciar bien mi jornada y la persona que me atendió, me dijo: “Se nota bastante cansado. Esto lo va a hacer sentir mejor”. Sin ánimo de polémica y en tono amable le contesté: “Me siento mejor que nunca, solo que ya no soy joven y créame que no deseo volver a serlo”. *Director de Cultura de Risaralda.