Por Andrés García
Trascendió este 21 de abril el Papa Francisco. Y escribo con todas sus letras trascendió porque su legado no ha muerto. Su Pontificado, de más de diez años, estableció un tono reconciliatorio que le otorgó a la Iglesia Católica la oportunidad de acercarse a más y más fieles en todo el orbe. Desde SS Juan Pablo II, a quien tuve ocasión de escuchar estando yo aún muy joven, en la Iglesia de San Pedro en el Vaticano, en una eucaristía celebrada en ocho idiomas, con motivo de su quincuagésimo aniversario sacerdotal – un regalo especial que me brindará en Roma Monseñor Edgardo Gañon – no había conectado tanto con la manera pensar y de actuar de un Pontífice.
Al igual que el Santo Juan Pablo II, SS Francisco o Jorge Mario Bergoglio, su nombre secular, ex Arzobispo de Buenos Aires, el Papa número 266, se caracterizó por el respeto profundo que expresó para con la emocionalidad, el sentimiento y el accionar humano, teniendo la inmensa capacidad de interpretar la visión y necesidad del otro. El Papa Francisco no juzgaba. Comprendía y en su amoroso gesto invitaba a amar a Dios, sin permitir que el ego, la diferencia de clases, lugar de procedencia, género, postura política, orientación sexual o el incómodo denominado estrato social (sobre el cual me pronunciaré en una futura columna), interviniesen en su labor pastoral.
El Papa Francisco es un símbolo de unión. Es un referente mundial de Paz. Es ejemplo para los católicos y no católicos en todo el mundo e, incluso, un modelo a seguir por parte de los mismos miembros de la Iglesia, desde Cardenales hasta Diáconos. En marzo de 2013, en una Misa Crismal que marcó entonces el inicio del Triduo Pascual, el Papa Francisco pidió a los sacerdotes que fueran “Pastores con olor a oveja en medio del rebaño”, solicitando expresamente que la Iglesia saliera a la periferia, un claro mensaje enviado al establecimiento diocesano en procura de re dirigir su actividad pastoral, también de las puertas del templo hacia afuera, hacia el entorno, hacia allí donde habita el pobre, el hambriento, el necesitado, la injusticia social, la enfermedad, hacia una labor evangelizadora, reconciliadora, que transmitiese la palabra de Dios en un ejercicio de acoger a los más necesitados, sin juicios ni sentencias. El olor de la oveja es también el olor de su ceguera, de sus miedos, de su ignorancia.
La tierra pierde un gran hombre. El cielo gana una gran alma. Ojalá y el cónclave que inicia arroje pronto el humo blanco que le indique al mundo quien será el nuevo sucesor del apóstol Pedro, un líder que confiamos continúe trazando la senda de amor y reconciliación que caracterizó el pontificado de SS Francisco. El Vicario de Cristo, el Pastor de la Iglesia Católica Universal es un referente fundamental para la humanidad, creyente o no, es un faro de luz para el hombre contemporáneo que tantas veces se revuelca entre el egoísmo y la indiferencia, el odio y la guerra, la apatía y la falta de solidaridad. *Director de Cultura de Risaralda.