Desconectarse

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Por Andrés García

“Me comparaba todo el tiempo con la gente que veía. Las redes sociales me quitaron calidad de vida” afirmó Emma Lembke de 20 años a El País de España, tras enfrentar una dura batalla en su autoestima personal, como consecuencia del “estilo de vida” que algunos contenidos en las redes sociales dictaminan. El mismo medio cita: “Un 40% de los estudiantes de secundaria aseguran haberse sentido tan bajos de ánimo que la tristeza les impidió desarrollar sus actividades normales de estudio o deporte, durante al menos dos semanas. La tendencia es mayor en las jóvenes. Un 57% o casi tres de cada cinco, declaran sentirse tristes o desesperanzadas de manera persistente. Un 30% reconoce haber pensado en el suicidio”. 

 

Estas son algunas de las preocupantes estadísticas que recientemente se han dado a conocer en el mundo, colocando de nuevo – bajo la lupa – el uso inadecuado de las plataformas digitales, aplicaciones, redes sociales y afines, generando con ello alertas frente a las cuales el estado, la familia, los colegios y todos, en general, deberíamos prestar más atención, a fin de encarar un problema de Salud Mental que cada día pareciera ganar más terreno.

 

Y es que el caso de Emma Lembke, la joven norteamericana del estado de Alabama,  es un fenómeno recurrente en nuestros países latinoamericanos, especialmente. Lembke, a la edad de doce años, tuvo acceso a su primera aplicación ingresando así a un universo digital tan amplio y diverso como escasos son los recursos de los jóvenes para dimensionarlo, interpretarlo, comprenderlo y manejarlo. En el sonado caso que ocupa los titulares de la prensa internacional, la joven sostiene que todo el tiempo se comparaba con la gente que veía, “Iba mirando las redes y cada vez me sentía peor, me valoraba por las likes que recibía, los comentarios que ponían mis amigos y los seguidores que acumulaba”, al tiempo en que su ansiedad social y sus tendencias depresivas se disparaban. 

 

¿Cuántas de las conductas, inexplicables en apariencia, que observamos en nuestros jóvenes pueden tener origen en esta práctica descontrolada? ¿Basta con educar en casa y enviar al colegio a nuestros hijos para con ello considerar que estamos haciendo bien nuestra labor de formarlos? ¿Cuál es el control que estamos ejerciendo sobre el uso de contenidos que promueven imágenes de vidas suntuosas, con cuerpos perfectos, inexistentes? ¿Debe depender nuestra aceptación personal del número de seguidores y likes que obtengamos? ¿Cuándo dejamos de ser Seres Humanos para convertirnos en Seres Cibernéticos, al punto de pasar más tiempo “conectados” en evidente desconexión con el entorno?

 

Las redes sociales no son malas, per se. Esto hay que precisarlo. La adicción a unos contenidos superfluos y sin un criterio de análisis, sí. Cuando el celular está primero que el saludo de buenos días, cuando en la mesa no se comparte por estar chateando o cuando la imagen del propio cuerpo se construye a partir de la imagen promovida desde estándares publicitarios inalcanzables, irreales, hay problema. 

Invertir en la autoestima de nuestros jóvenes a partir de la construcción de una musculatura espiritual sólida, la edificación de valores, buenos pensamientos y hábitos de vida saludables, además de dialogar acerca de los que las redes publican, es algo que debemos promover en casa. De igual forma, controlar el uso desmedido de las redes es un acto necesario y urgente.

En la actualidad Emma Lembke, tras un día haber hecho click, dio un giro propositivo en su vida, habla ante el Senado de los Estados Unidos y lidera la iniciativa Log Off (Desconectarse). Desconectar a nuestros jóvenes del contenido basura es cuestión de Salud Mental.