Dedos rojos

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Dedos rojos

Por Andrés García

Me encuentro en casa de mi abuela paterna y escucho un estallido de júbilo en las calles. Se han cerrado las votaciones y un carro de bomberos atraviesa la carrera 7ma de Pereira anunciando con su sirena la conclusión de la jornada electoral. Me asomo por el balcón con suma dificultad ya que por mi pequeña estatura no alcanzo a observar bien lo que ocurre. Transcurría el mes de junio de 1978 y yo con apenas 10 años de edad recién cumplidos intentaba sacar mi cabeza, parado en una butaca, para mirar afuera y tratar de entender por qué había tanta algarabía en las calles.

Mis padres habían regresado de votar hacía una hora. Luego de realizar una fila interminable llegaban para recogernos a mis hermanas y a mi y juntos regresar a casa a escuchar unos resultados que no tenía claro para qué ni cómo se daban. Sus dedos lucían unos índices derechos manchados de tinta roja indeleble. Era entonces la manera de controlar que alguien no votara dos veces. No existían ni equipos de cómputo y menos internet. Todo se realizaba a cuenta gota. No sé si la basura en las calles, como si hubiesen concluido dos semanas de carnaval, era lo que más llamaba mi atención o el hecho de que mis padres tuviesen los dedos rojos, a manera de convalidación de que tenían voz y derecho a expresarla.

Recuerdo que al llegar a casa busqué una tempera roja, residuo de algún trabajo solicitado en el colegio, para deliberadamente marcar mi pequeño dedo índice derecho y enseñarlo a la primera oportunidad. Mi hermana mayor y mis amigos no lograban comprender cómo un niño había estado votando con los adultos. No sabíamos tampoco qué cosa era votar ni por quién o para qué se votaba. Para mi votación era sinónimo de calles sucias, papeletas regadas por toda la ciudad con nombres y caras diminutas que mostraban colores, números y más dedos rojos. Parecía un gran juego de lotería, un “Hágase Rico” para adultos, solo que todos los grandes lo jugaban el mismo día, con mucha pasión, despliegue y constatada euforia.

La gente portaba camisetas con sus candidatos. Personas extrañas se acercaban con amabilidad sospechosa y pedían abiertamente les apoyaran con el voto para su aspirante, sin la menor seña de pudor ni respeto por las ideas de los demás electores. Todo lucía como una gran feria de atracciones que llegaba a la ciudad en busca de sufragantes para después abandonarla. Con el tiempo comprendí que de esa fiesta democrática resultó electo el Presidente Julio César Turbay quien venció en las urnas al candidato conservador Belisario Betancur.

La fiesta varió. Las arengas y el constreñimiento electoral quedaron prohibidos, al menos públicamente. Las comunicaciones avanzaron y casi en cuestión de minutos se conocen las tendencias que arrojan los resultados finales del conteo. La parafernalia se trasladó de las calles a las Redes Sociales. El carnaval de Memes, sin dedos rojos pero que apuntan, contaminan ahora el escenario virtual. (Los conceptos emitidos no comprometen a la RAP Eje Cafetero, entidad de la que soy su Director de Comunicaciones).