Por Andrés García
Cuánta falta nos hace conocerlo, invertir en él y capitalizarlo diariamente. Es de tal importancia amarse a uno mismo que de hacerlo o no dependerá la manera como reaccionamos frente aquello que nos sucede, lo que sentimos, nuestros pensamientos, acciones y, por ende, los resultados que obtendremos en la vida.
Las ciencias duras, las ciencias exactas, basadas en la observación y la experimentación, de suma precisión y rigurosidad, como las matemáticas, en la que tanto énfasis se hace durante los procesos tempranos de formación académica, aportan al desarrollo de un razonamiento lógico-deductivo, sumamente importante para el diario acontecer; sin embargo, no lo es todo.
Nunca he visto una división atravesando una calle, como tampoco he observado una raíz cuadrada trotando en las mañanas. En cambio, si observo y a diario cómo el conflicto intra e interpersonal genera serios problemas de convivencia – incluso a partir de lo más sencillo – los cuales terminan por desmoronar la imagen propia, las relaciones humanas, creando caos, desconcierto, sin sabores, en razón a la incapacidad que generalmente tenemos de saber administrar nuestras propias emociones, a causa de la falta de amor propio.
El desarrollo y promoción de habilidades blandas como la comunicación asertiva, la inteligencia emocional, el liderazgo, la resolución de conflictos, la toma de decisiones, el trabajo en equipo, entre otras, poseen un sustrato en común: Amor por uno mismo.
Cuando observo con atención y aprendo a reconocer mis propias emociones, tengo mayores probabilidades de aceptarlas y administrarlas. Cuando nos las identifico, no las acepto, las niego y termino por somatizarlas, transformando problemas psíquicos en síntomas orgánicos de manera involuntaria: “Usted se me volvió un dolor de cabeza”.
El aprender a amarse a uno mismo es una máxima que debería nacer al interior del hogar, continuar a través de la formación escolar y potenciarse en los siguientes años. Amarse a uno mismo trae inconmensurables beneficios para la vida, en la medida en que se aprende a detectar el conjunto de fortalezas y debilidades propias del ser, las cuales, insisto, debemos acoger con amor. Cuando hago referencia a aprender a amarse a uno mismo, inmediatamente lo conecto con el hecho de poder luego amar a los demás. Ya lo decía en un escrito anterior “Quien no se ama a sí mismo es incapaz de amar a alguien más”.
Esta es la base de la estrategia para avanzar hacia el cambio que la humanidad y el planeta demandan. Una persona que se ama a sí misma, cuida sus pensamientos, sus palabras, sus hábitos, sus acciones; por consiguiente, cuida su relación consigo mismo y, por ende, con sus congéneres, con su entorno y el planeta. Alguien que no cuida del planeta es alguien que, en últimas, no cuida de sí mismo.
Hago una invitación respetuosa a quienes tenemos hijos (as) y/o menores bajo nuestra responsabilidad, al Sistema Educativo y, en general, a todos quienes interactuemos directa o indirectamente en la formación de una vida: Fomentar el cultivo del amor propio hará de nuestros jóvenes personas mental y físicamente más saludables y, por tanto, mejores seres para la convivencia social.
Nuestra Cultura está llamada a reinventarse en ese aspecto y el primer paso parte desde ese autoconocimiento y reconocimiento de que somos únicos, valiosos, capaces de aceptarnos y de compartir con los demás lo mejor que poseemos. *Director de Cultura de Risaralda.