¿Mexicanización?

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Por Andrés García

México es, sin duda, un gran país, hermano, que además posee quizás una de las culturas de mayor tradición y profundo raigambre en América Latina y el mundo. Su impacto, especialmente en la cultura hispanohablante, es innegable. Desde sus civilizaciones mesoamericanas, Maya y Azteca, su música, sus danzas, su invaluable apuesta literaria, visual, estética, arquitectónica, artística, filosófica, cinematográfica, televisiva, gastronómica y turística, por mencionar algunas líneas, han sido, son y seguirán siendo motivo de inspiración y referentes para que otras naciones, incluida Colombia, se motiven – desde hace algunas décadas por fortuna – a conservar las tradiciones propias y con ello preservar el patrimonio material, inmaterial y natural.

México es una potencia cultural que bien merece nuestra admiración, consideración y respeto. Nos enorgullece como latinos lo que de allí proviene; sin embargo, vale la pena que como colombianos identifiquemos qué, de lo que hoy muchos creen es propio, es de Colombia y qué es de México y tengamos presente esa diferencia. Un aspecto que nos ayudaría en el discernimiento que sugiero es, por ejemplo, el uso del lenguaje. ¿Cuáles de las expresiones idiomáticas empleadas hoy en el país nos son propias y cuáles importadas?

El idioma, sin duda, evidencia la influencia, por no referirme a una colonización cultural por parte de la hermana nación, en razón a la poderosa incidencia que la transnacionalización de sus tradiciones culturales ha tenido en muchos países y, en particular, a lo que considero ha sido falta de criterio local, sentido de pertenencia y conciencia real frente a aquello que nos es propio.

En algunas poblaciones colombianas, es más popular escuchar en las celebraciones y agasajos a un grupo de mariachis que a uno de cuerdas pulsadas, interpretando aires andinos como el bambuco, el pasillo, la guabina o el torbellino, o a géneros caribeños como la cumbia, el mapalé, el porro, el bullarengue, el vallenato o el calipso, o del pacífico, como el currulao, el aguabajo y el bunde.

En Colombia se dice abogado, no licenciado. Hablamos de barrios, no de colonias, de apartamento y no de departamento (en alusión a la vivienda). No se nos “chispotean” las palabras. Acá también hay gente pesada, no sangrona. Una azafata no es una sobrecargo, una torta es una sanduche, las judías son nuestros tradicionales y deliciosos frijoles, las chamarras son las chaquetas, las güeras son las monas, no se dice chido sino bacano, utilizamos pitillos (cada vez menos) y no popotes, a la gente le gusta la cerveza no las chelas y un amigo no es un cuate, es un parcero.

México es muy bello, pero es México. Prefiero Colombia. Ser colombiano no es solo portar un pasaporte color granate como tampoco lo es únicamente entonar el Himno Nacional. Es deber para con nuestra memoria cultural y saberes ancestrales emplear a diario – en casa, en el estudio, en las redes, en el trabajo – la terminología que representa la identidad que nos es propia y que sí nos narra culturalmente, en su más bella multiplicidad.

*Director de Cultura y Artes de Risaralda.