Llegó la hora

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Me encontraba en Bogotá ingresando a la Iglesia Santa Clara, al norte de la ciudad, en compañía de mi hija. Nos disponíamos a participar de la Sagrada Eucaristía – como cada fin de semana lo hacemos – cuando un objeto en la entrada principal capturó mi atención. Se trataba de un reloj negro, con números blancos, estratégicamente ubicado que, muy seguramente, ilustraba a los feligreses frente al horario de las misas, el inicio y la terminación de las celebraciones religiosas, etc.

Al percatarme de este, toda vez ingresaba a aquel templo, se me ocurrió pensar que el mismo estaba allí quizá por otra razón, tal vez como un signo que anunciaba la cuenta regresiva del tiempo que nos queda a cada uno en este plano de la existencia. Toda cuenta regresiva es como una sentencia anticipada. El reloj ubicado en el portal de aquella abadía religiosa de pronto no estaba allí para indicar los horarios de los actos litúrgicos. A lo mejor tenía otro propósito. A lo mejor nos indicaba a los participantes que así como las misas llegan y pasan, llega y pasa el tiempo de todos en esta vida.

Nadie sabe ni la hora ni el día, pero es claro que desde el momento en que nacemos comenzamos a morir. El nacimiento es una especie de muerte. La vida puede significar la muerte si no se vive adecuadamente, con un propósito, una intención, un sentido más allá que el hecho de subsistir. Hay muertos en vida y hay vivos que mueren cada día, ante la falta de propósitos y metas que inspiren su manera de ser y de estar.

Aquel reloj ubicado en la puerta central de la Iglesia me recordó que el tiempo de nuestra existencia es limitado y que, por tanto, a cada uno nos corresponde optimizar los años, meses, semanas, días, horas, minutos y segundos que nos quedan por descontar. Perdemos demasiado tiempo quejándonos de lo que nos sucede o de lo que no llega. Procrastinamos la concreción de objetivos, la misma felicidad en razón a que consideramos que hay cosas más importantes que hacer en el día, cuando en realidad nunca sabremos cuando no habrá otro día.

Llegó la hora de vivir cada día de manera intencional. Llegó la hora de dejar de quejarse por lo que pudo haber sido y no fue. Llegó la hora de dejar de culpar a los demás por la frustración propia, “la mala racha”, la falta de salud, oportunidades, empleo o dinero. Es el momento de vivir el presente y de hacerlo de la mejor forma, con optimismo, gratitud y voluntad de servicio. No tenemos cómo ampliar nuestro tiempo en esta vida; sin embargo, si podemos llenar cada segundo de vida y compartir en el presente. Quizás esa sea la mejor manera de prepararnos para cuando a todos nos llegue la hora.