Las buenas maneras

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Por Andres García

El Universo funciona por vibración. Aquello que emites, recibes. Este principio, sencillo de enunciar es muchas veces complejo de incorporar a nuestra estructura de pensamiento y, por ende, de aplicar. Tal vez es por ello, entre otras posibles múltiples causas, que en el retador tramado de las relaciones interpersonales no es tanto el qué lo que nos confronta sino el cómo lo que nos aparta. Saber decir las cosas. 

 

El tonito empleado es – en nuestra cultura especialmente – el directo responsable de la caída de la estantería de la comunicación social, el inicio del rompimiento de las relaciones, la génesis del subentendido, primo de la desdicha y hermano del sinsabor que lesionan cualquier intento de intercambio de ideas, ficha básica para el entendimiento entre las partes. La falta de asertividad, al momento de comunicarnos con los demás, incluso con nosotros mismos, es – en mi concepto – el eslabón perdido, el agujero negro que succiona las buenas intenciones y propósitos.

 

Soy un convencido de que las buenas maneras, antes y especialmente en los tiempos que corren – donde la tecnología, los chat, las videoconexiones, el WhatsApp, los e mails, las redes sociales y demás componentes que integran el universo digital actual – deben de primar en todo y a cada momento, si es que en realidad queremos aprender a comunicarnos efectivamente.

Una mirada atenta, una escucha presente, una voluntad por concertar aspectos y/o visiones opuestas sin necesidad de ceder a nuestros principios, un lenguaje propositivo y un respeto férreo por la persona con la cual interactúo, son el sustrato indispensable a partir del cual florece el diálogo constructivo que tiene por promesa la identificación de puntos de acuerdo hacia la evolución de todo encuentro.

Lamentablemente, hoy parecieran primar las emociones y sentimientos propios, los cuales – de lado y lado – se anteponen a la concurrencia del discurso fluido al que todas y todos estamos llamados a realizar. La presión del momento nos lleva a realizar malas jugadas en el ajedrez de la comunicación diaria. Probablemente observar con mayor detenimiento cuáles son esos aspectos culturales que debemos mejorar, evite que en la escena del diálogo salga al campo el arsenal bélico y contestatario que poseemos.

De acuerdo a la Kabbalah, “Los diamantes son la forma cristalina del carbono. La presión a la que se somete un pedazo de carbón durante años lo convierte en una piedra preciosa”. Las dificultades que la vida nos plantea deben de constituirse en maravillosas oportunidades para llevar adelante nuestra evolución almica y convertirnos – a través de las buenas maneras – en seres que sumen, no que resten. *Director de Cultura de Risaralda.