La Lectura es un deporte de alto riesgo

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Por Andrés García

“Al día siguiente puso un aviso en una sección especial buscando una terapeuta sexual para un joven discapacitado heterosexual. Dejó su número telefónico y, después de varias llamadas de mujeres interesadas en el trabajo, citó a cuatro en una cafetería cerca de la casa. Las dos primeras le parecieron frías, insípidas y no se ajustaban a la descripción que su hijo le había hecho semanas atrás. La tercera llegó en minifalda, con un escote vulgar, y era obvio que se trataba de una prostituta haciéndose pasar por terapeuta sexual profesional”. (Segmento extraído del libro “Vírgenes y Toxicómanos’, la más reciente producción literaria del escritor colombiano Mario Mendoza.

Y es que el artista bogotano, graduado en Literatura Hispanoamericana en la Fundación José Ortega y Gasset de Toledo, no deja de sorprender al público con su capacidad narrativa a la hora de describir – magistralmente – escenas, situaciones, emociones, momentos en un estilo muy personal de novela metropolitana, urbana, citadina, en la que por décadas ha venido profundizando su trabajo, mostrándole al lector las historias de la ciudad no contada, los suburbios, lo oculto, aquello de lo que no se habla y menos se enseña en las guías turísticas bogotanas, la que vende la Colombia proyectada, la que solo se puede enseñar, la que disfraza la realidad que abruma a la inmensa mayoría de ciudadanos pero que, como en las redes sociales, no existe y menos se promociona.

La novela de Mendoza oxigena la lectura de la realidad y por ello es, por fortuna, terriblemente aguda, crítica, lo cual le agrega un ingrediente especial a su manera de ver, contar y denunciar en textos sencillos, muy bien redactados, el mundo que observa y, por qué no decirlo, el mismo que lo observa a él.

Vírgenes y Toxicómanos es una obra fácil de leer, gracias al pragmatismo del amplísimo argot del autor de veintiuna novelas, cuentos y ensayos como Satanás, La Travesía del Vidente y, más recientemente, Los Vagabundos de Dios, la cual particularmente amé por su capacidad descriptiva de la Bogotá subterránea, de las emociones que subyacen la piel de los innombrables.

Confieso que avanzo en su lectura, a un ritmo que me permita disfrutar de más tiempo la increíble sensación que me produce la historia, como el niño que anhela que su tarde de juegos no concluya. Y es que esa es una de las características de las obras de Mendoza: Su expresión impresa se destaca gracias al empleo de un lenguaje sencillo, sin amaneramientos literarios ni términos rebuscados, en un viejo diccionario que es en lo que, generalmente, al inicio de la profesión de escritor, algunos hemos solido incursionar.

Un buen escritor como el Maestro Mendoza se diferencia, entre otras razones, por el empleo asertivo de un lenguaje claro, fácil de comprender, honrando la máxima de que la comunicación no es un punto de partida. Es un punto de llegada. Miles de obras duermen solitarias y apolilladas en cientos de bibliotecas del mundo, ya que quien ha intentado leerlas no pasa de su primera página, en razón a que sólo las entienden sus autores. Los libros son para ser leídos, apreciados, interpretados, asimilados, analizados, discutidos, valorados, nunca olvidados.

La lectura es un deporte de algo riesgo. Uno nunca sabrá si podría ser el mismo luego de leer un buen libro. Gracias Mario por lograrlo. Siempre será un honor estrechar tu mano.

*Director de Cultura de Risaralda.