Me invitaron el fin de semana a dictar una conferencia a un grupo de estudiantes de una Universidad que se apresta a iniciar el primer semestre de sus carreras. El objetivo principal del encuentro era el de transmitirles un mensaje inspirador alrededor de la fascinante etapa que están a punto de comenzar en sus vidas, sentido que comparto plenamente y, en especial, su futuro aporte social.
El interés y la expectativa se sentaron en las primeras sillas del inmenso teatro, atentos por descubrir durante mi intervención elementos de valor, recomendaciones, apuntes, consideraciones, reflexiones o anécdotas a partir de las cuales pudieran extraer algo para sus vidas. Al menos así me lo pareció de entrada cuando pise el escenario y observé en decenas de rostros la expresión característica de un público acucioso: ¿De qué cosas específicamente nos irá a hablar este señor, me servirán para algo?
Luego de la presentación que me hiciera la moderadora oficial del encuentro, en la que precisó apartes de mi trayectoria periodística, en calidad de escritor, coach antropológico y conferencista en temas de liderazgo y de la mente humana, llegó el momento de saltar al proscenio – que a propósito es el lugar más próximo al público – también conocido como anteescena, corbata o gloria.
Este último nombre porque quizá sea allí frente al público, precisamente, donde se compruebe – sin filtros ni excusas – la valía del contenido a compartir, el cual representará la caída o la gloria del momento de verdad único e irrepetible.
¿Cuál es la intención y el propósito de sus vidas? Les pregunté. “Los dos días más importantes en la vida de una persona, son: El día en que nace y el día en que descubre para qué”, agregué. Ante esta cita, de autoría del reconocido escritor y orador norteamericano Mark Twain, el auditorio enmudeció por completo.
Por encima de sus legítimos intereses personales y del derecho que les asiste a obtenerinformación de calidad que les permita acceder a conocimientos, desarrollar habilidades que posteriormente transformarán en destrezas y competencias para así mejorar su calidad de vida, todos deberíamos formularnos la pregunta: Desde mi rol, desde mi participación social, ¿Cómo contribuyo en el mejoramiento de la calidad de vida de los demás?
Tener intención en la vida es comprender que para poder vivir una vida plena y feliz, debemos aprender a alinear nuestros talentos y capacidades con un bien mayor para efectos de permitir que este obre a través nuestro. Una vez el ser humano se calibra con esta intención surge, aparece el propósito, la razón de para qué me sirve lo que llego a aprender, siendo por consiguiente un ser humano creativo, innovador, solidario que llegue y aporte al otro.
¡Atrás quedaron las carreras del todo únicamente para mí y los demás que se las arreglen! Es momento de pensar y enfocarse en cómo puedo sumar en la intención de un bien mayor y con mejor propósito para todos, desde aquello que sé hacer, desde aquello en lo que soy bueno y me diferencio, desde lo que puedo aprendery compartir. ¡Todos tenemos algo por aportar!