Por Andrés García
No deja de sorprender el sin número de condiciones que exigen aerolíneas como Avianca para que un pasajero pueda viajar en cabina con su mascota, bajo la modalidad de apoyo emocional. Está claro que quien redactó la norma no tiene animales en casa. El listado de exigencias atenta contra el estrecho vínculo emocional que el animal humano y el animal no humano han establecido durante su periodo de convivencia, generalmente con varios años de antesala.
En el contacto diario, en el convivir del hogar no existen guacales que dividan a un ser vivo del otro. Mascota y propietario estrechan un vínculo emocional desde su primer contacto. El uno entra a complementar al otro en la dinámica de la vida, al punto de construir entre ambos un paradigma de convivencia caracterizado por la armonía, equilibrio, comprensión, nivelación, complementariedad, amor y fidelidad como muchos humanos desearían tener con otros de sus congéneres. De lo contrario, ¿Cómo se podría explicar el duelo que ambos seres sintientes llegan a experimentar ante la muerte del otro?
La historia de fidelidad de la mascota del profesor Hidesaburo Ueno, un trabajador nipón lo confirma. En la estación de Shibuya, en Tokio, Japón, es famoso el monumento de 1948 – una figura de bronce – denominada “El perro fiel” en honor a Hachiko, de raza Akita, el perro que todos los días esperaba a su amo de regreso de su trabajo, incluso después de que él muriera. Su protector falleció a consecuencia de una hemorragia cerebral; sin embargo, su mascota nunca perdió la esperanza de volver a verlo. Por eso regresó todos los días, al mismo lugar y a la misma hora a esperarlo, durante los siguientes diez años. Su cuerpo disecado está expuesto en el Museo de Naturaleza y Ciencia de Tokio.
Oriente nos lleva años luz de ventaja en torno a lo que culturalmente debería ser nuestra relación con los animales no humanos y estas Politicas en la aeronavegación en Colombia están llamadas a replantearse. Restricciones como las de la Aerolinea en mención no garantizan la calidad del vuelo de quien paga por un billete de avión. Por el contrario, atenta contra su bienestar y el del ser vivo que es parte integral de su vida, al limitar las posibilidades de convivencia en cabina junto a quien integra su más íntimo círculo de convivencia.
Exigir el uso de guacal en cabina no protege al resto de los pasajeros. Coarta y bastante el legítimo derecho a la estabilidad emocional del perro y del pasajero quien observa tras barrotes – incómoda pequeña prisión – a su compañero de vida. Es más sana la energía de un cuadrúpedo que la de muchos humanos. Para algunos de estos bien valdría la pena diseñar guacales durante el vuelo. ¿Se ha puesto a pensar a quién le sientan en la silla contigua? A mi perro lo conozco. Al de al lado, no.
¡Apoyo emocional necesitamos todos! Puedo comprender que la exigencia del uso de un bozal minimice el riesgo que podría representar ante otros pasajeros la presencia de una mascota en la aeronave. Clave contar con un carné de vacunacion al día y garantizar el comportamiento del animal pero de allí a exigir que este viaje en cabina dentro de un guacal y si excede el tamaño permitido (bastante limitado por demás) mandarlo a bodega como una maleta más, es encerrar entre 4 paredes la relación genuina y libre a la que ambos protagonistas están acostumbrados y tienen derecho.
Interesante es que el Instituto Colombiano Agropecuario, ICA, que desempeña un rol clave en la regulación y control de la movilización de animales, revise al detalle esta política mal proyectada. “La grandeza y el progreso moral de una nación puede medirse por la forma en que trata a sus animales”, Mahatma Gandhi. Director de Cultura y Artes de Risaralda.